domingo, 16 de mayo de 2010

Las Mentiras Autocumplidas

Parece que el llamado "tercer secreto de Fátima" es en realidad un complejo e interminable listado de vaticinios hechos al gusto de la situación personal y de la época contemporánea del intérprete. Porque Wojtyla, con el fin de acabar con años de ridículas conjeturas, reveló que tal mensaje oculto detallaba el intento de asesinarlo que él mismo sufrió en 1981. Sin embargo, su sucesor, Ratzinger, en una reciente visita a Portugal, ha indicado que el ya trillado secreto detalla las tribulaciones que debería enfrentar la iglesia católica en general y el papa en particular, producto de las acusaciones insidiosas de ciertos individuos interesados en que la estructura romanista se desplome definitivamente. Léase, los casos de pedofilia, que la curia reconoce; pero que acto seguido, siente que han sido exagerados por los enemigos de costumbre. Ahora: los voceros del sumo pontífice recalcan que en realidad, el oráculo se refiere a la totalidad de ataques que recibirá el catolicismo en el denominado "fin de los tiempos", los cuales serían constantes y sucesivos, y motivados por un denominador común: conseguir la ya mencionada destrucción de su aparato institucional, como parte de un intento por destruir la fe cristiana, en la persona de su única instancia religiosa que alabaría a Dios de la manera correcta.

Nótese que en el párrafo anterior no ha sido empleado el término "profecía", debido a que se pretende encontrar una coherencia con el título del artículo. Porque esa palabra, al menos en el marco de la teología cristiana, sólo puede ser usada cuando nos encontramos ante un texto comprobadamente auténtico. Y el vaticinio de Fátima, de forma clara y concluyente, no lo es. No debido a que se preste para las conclusiones antojadizas de intérpretes inescrupulosos, pues, después de todo, cualquier escrito o anuncio de esta clase, por sus propias características, corre el riesgo de ser manipulado en favor de personas interesadas. Sino porque cualquier pronóstico expresado en clave profética, fue cumplido tras la muerte y resurrección de Jesús. Más aún: la misma Biblia advierte acerca de las señales equívocas que incluso pueden ser enviadas por ángeles, y condena con estilo vehemente la "actitud de quedarse mirando al cielo", como la de los apóstoles que permanecieron un buen rato con la boca abierta contemplando las nubes que circularon por la atmósfera tras la ascensión de Cristo. De aquí hacia adelante, los discípulos del camino ya sabemos, o deberíamos saber, que todos los recursos están dados y a disposición de quien los tome, a fin de predicar el evangelio antes que acontezca la Parusía. Es cierto que tanto el propio Señor como algunos autores neotestamentarios -Pablo, Pedro, Judas, Juan-, anticipan que vendrán individuos contrarios a la difusión del mensaje salvífico, que harán todo lo posible por neutralizarlo. Pero la presentan como una actitud común al periodo inmediatamente posterior a la subida de Jesús, que puede ser entendida como el típico rechazo a lo novedoso. Además, los líderes espirituales crean detractores con la misma rapidez que obtienen seguidores, y ese fenómeno se puede constatar a lo largo de la historia.

Los mismos escritores antes mencionados, recalcaron que, independiente de que un cristiano tenga el don de interpretar exactamente una profecía bíblica, empero la tendencia a formular vaticinios propios es abominable a los ojos de Dios y constituye un grave pecado. De hecho, esta conducta fue la que motivó a acuñar la expresión "falso profeta", pese a que hoy cuenta con un campo de aplicación bastante más amplio. En algunas traducciones, su equivalente en koiné suele ser traducido por "charlatán": en cualquier caso, es perfectamente equiparable al significado del vocablo "hereje", tan recurrido por el catolicismo. Y en especial, en las Escrituras se coloca énfasis en el garrafal error de fijar fechas para el término del mundo y la segunda venida de Cristo -que en este contexto, son dos acontecimientos interdependiente e inseparables el uno del otro-, incluso cuando tales calendarizaciones son intencionalmente inexactas, como sucede dentro de la iglesia católica. Por cierto, resulta anecdótico constatar cierta similitud en las actitudes del papa y las de determinados milenaristas de cuño protestante surgidos en el Estados Unidos decimonónico, como Charles Russel o H. H. White. Ambos, y varios otros, indicaron el día y la hora exactos en los cuales iba a acaecer la Parusía. Al obviamente fallar en sus predicciones, se defendieron diciendo que habían cometido un ligero error de cálculo, y tras un breve tiempo dedicado a la "corrección", pronosticaron una nueva fecha, lo cual también fracasó. Al final, la única certeza que quedaba para los espectadores y sus propios fieles, era que estos aprendices de Delfos eran pésimos matemáticos.

En la iglesia católica ocurre algo muy parecido. Un cambio brusco en la sociedad les hace ver que erraron el oráculo, y para evitar reconocer públicamente el desaguisado -y de paso, no ser considerados un hazmerreír-, modifican su contenido y tamaña sorpresa: era similar a lo que estamos padeciendo ahora. Y de manera inverosímil, se ponen a la altura de los mormones, los adventistas o los jehovistas. Como estos últimos, incluso se aprovechan de eventos históricos que de manera fortuita les sirven para salvar sus vaticinios: por ejemplo, los repartidores de la Atalaya, entre sus varios tanteos, determinaron un enésimo acabo de mundo para comienzos del siglo XX. Desde luego que los cataclismos pasaron nuevamente de largo; pero sucede que en 1914 estalló la Primera Guerra Mundial, conflagración de la cual se han valido para afirmar que Jesús ha retornado a la Tierra, en una rebuscada explicación que intenta convencer de que la Parusía se está desplegando de manera episódica. Tal vez hasta allá llegue el romanismo: después de todo, fue también en los albores de la centuria pasada, cuando supuestamente se suscitaron las apariciones de Fátima.

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