lunes, 7 de diciembre de 2015

Los Empresarios Quejumbrosos

Nuevamente las cifras dan cuenta que se está viviendo una etapa de bajo crecimiento económico que en cualquier momento puede desembocar en una recesión. Ante ello, ciertos grupos de empresarios y de expertos exigen que las autoridades tomen una medida ejemplar y en ese marco sugieren que sea retirado el proyecto de ley sobre reformas laborales que lleva casi dos décadas entrampado en el parlamento y que siempre se transforma en la piedra de tope en estas coyunturas. Se asevera que no es el momento adecuado para insistir con dicha iniciativa, afirmación vaga, con pretensiones de ser políticamente correcta, que se intenta pasar como el resultado de esforzadas elucubraciones intelectuales de supuestos entendidos: con la cual básicamente se busca evitar decir que no se puede legislar en favor de los trabajadores porque a los empleadores les significa pérdida de dinero y de poder, hechos que no suelen aceptar en circunstancia alguna, pero que en una situación de contracción, pueden usar como pretexto para dejar de abrir negocios o incluso de cerrar los que ya tienen en marcha, sin percibir una evaluación negativa por ello.

Independiente de la opinión de los economistas -que de seguro cuentan con argumentos sólidos para apoyar una u otra postura-, ¿no que los empresarios se definen a sí mismos como emprendedores? ¿Y que ese calificativo implica la asociación con otros, como el de innovadores? Tal vez se trate de una relación arbitraria, efectuada con fines propagandísticos, pero que es repetida hasta el cansancio por quienes tienen asalariados a su cargo, así como por quienes los defienden y admiran. Al extremo que se considera una de las bondades características y prácticamente exclusivas del capitalismo liberal, la de proteger la iniciativa individual -o mejor dicho, personal-, permitir que se desarrolle sin trabas de ninguna especie (entre las que puede cabe un amplio abanico que va de la falta de oportunidades, pasando por el cobro de impuestos hasta la intervención pública en asuntos delicados como el bienestar social), pues de las particularidades de cada uno salen las ideas que a la postre generan riqueza y mejor pasar. Y los empleadores son la prueba más visible de ese predicamento, que entre otras cosas, permite la supervivencia del sistema monetario.

Entonces, ¿por qué en lugar de estar quejándose, los empresarios no practican lo que se supone es su rasgo más palpable, y no se dedican a emprender -que de ahí viene empresa- y a innovar? Si son los llamados a salvar la situación -y ellos mismos se catalogan así- debieran actuar en consecuencia y estar creando las fórmulas para superar los problemas que los afectan, en lugar de culpar a quien está al lado. Por cierto, una conducta que no concuerda con las actitudes que debiera tener un capitalista, donde se insiste en no hacer responsables a otros de coyunturas de las cuales la persona, por su condición de individuo único e irrepetible y en pleno uso de sus facultades, es capaz de salir por sus propios medios. Es la vieja y reprobable tendencia del cojo que le endilga las causas al empedrado. Se supone que los emprendedores son capaces de revertir las situaciones adversas en beneficio propio y de los demás. ¿Por qué no podría ocurrir igual cosa con las odiosas reformas laborales? Y no me refiero a buscar resquicios legales que acaben dejando la situación, al menos en la práctica, al mismo nivel que exhibía antes de la aprobación del cuerpo legal, por si acaso. Algo que por estos pagos es relativamente común.

Es curioso que algunos, tan sólo al oír de mejores a la cuestión laboral, salten de inmediato aseverando que perjudicará el crecimiento. Lo más irónico es que son los mismos que después en los foros empresariales insisten en que el innovador supera todas las adversidades y que una crisis no debe ser mirada en ese sentido sino como una oportunidad. ¿Qué, hay cosas que ni siquiera la acumulación de capitales puede resolver? La verdad es que más bien, algunos no las quieren solucionar.


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