domingo, 20 de julio de 2014

El Poder De Los Apoderados

Como lo habían anunciado, los grupos de derecha y los sostenedores de los llamados establecimientos educacionales subvencionados -aquellos que siendo privados reciben ayudas estatales, bajo la condición de que alcancen a sectores de la población que no pueden solventar una escuela puramente de pago- salieron a las calles a protestar contra la reforma educacional impulsada por el gobierno. Aseguran, al igual que el resto de los ciudadanos, que una iniciativa de este tipo es imprescindible; pero que la propuesta dada a conocer por las autoridades no constituye el camino correcto. Insisten en que las modificaciones planteadas acabarán con uno de los pocos puntos favorables del actual sistema, como es la capacidad de los padres para elegir la educación de los hijos, debido a la eventual disminución de la entrega de recursos monetarios a estas escuelas que se desprendería del aumento de privilegios en ese ítem para sus pares públicas. Por ello, en esta ocasión optaron por tocar una vena sensible en la población y es así como reunieron a los apoderados cuyos pupilos estudian en estos colegios, en el afán de desfilar en conjunto y de paso esclarecer que no todo es color de rosa y que un amplio sector de la sociedad podría terminar perjudicado.

No es necesario agregar que el tema de la libre elección es una falacia y está más cerca del panfleto que del argumento. Primero, porque dicho albedrío está condicionado a la capacidad económica de los padres -que no lo olvidemos, no son quienes recibirán la educación-, ya que por mucha ayuda estatal que reciba, la mayoría de los establecimientos privados cobran colegiatura y en determinados casos matrícula, sin contar que a su vez, el sostenedor posee su propia libertad: la de aceptar un eventual alumno de acuerdo a sus creencias personales. Los pocos de este grupo que ofrecen inscripción universal o arancel cero son de mala calidad, incluso por debajo de sus equivalentes netamente públicos. En un espectro donde las diferencias al respecto son mínimas, marcadas por un puñado de subvencionados de élite -bastante caros, casi todos-, formados al alero de organizaciones religiosas o asociaciones tradicionales. Ellos mismos, incluso, reconocen que deben exigir el desembolso pecuniario porque los aportes gubernamentales son insuficientes para asegurar una educación digna, y que por lo tanto su política, si bien puede generar repudio en una parte de la ciudadanía, empero esconde una justificación (admitida además por otros segmentos de la población, quienes ven en este procedimiento una manera de apartar a sus dependientes de influencias que consideran negativas, ya se trate de compañeros de curso o de contenidos indeseables). Al contrario, los que aceptan toda clase de educandos en realidad pretenden hacer más dinero con las donaciones, sin importarles el futuro de los jóvenes.

Sin embargo, por otro lado cabría preguntarse si los apoderados merecen tener un poder -valga la redundancia- más allá del que deben ejercer sobre sus respectivos educandos, aspecto que da origen y sentido etimológico a la palabra. Para comenzar, ellos no son profesionales de la enseñanza, y no resulta difícil que den muestras de su falta de información y hasta de ingenuidad ya a la hora de hacer valer ese derecho a escoger la escuela de sus hijos que en el papel se les ha dispensado. Esto, porque se suelen guiar por aspectos externos puestos por los sostenedores como gancho publicitario, y que guardan casi nula relación con la instrucción escolar. Por ejemplo, padres que se deciden por un establecimiento en base a lo llamativo de su nombre (en especial cuando tiene un tufillo anglosajón, pero mezclado con un elemento folclórico extraído del sitio geográfico donde está inmerso, algo así como San Jacinto College o San Alfonso School, que produce una sensación de que desde el barrio se puede estar conectado con altas alcurnias, incluso extranjeras), detalles en el emblema o en los uniformes de los menores -que los obligará a seguir desembolsando dinero-. O que se inclinan por una institución que asevera "ceñirse a valores cristianos y católicos", siendo que no se encuentra ni remotamente cerca de una congregación religiosa, sólo para que los ilusos crean que pertenece realmente a una iglesia. Y que ya adentro, y sustentados en su supuesta sagacidad y en su responsabilidad hacia sus pupilos -que se demostrarían precisamente en su decisión- tratan de fijar normas y establecer contenidos que según ellos son los más adecuados.

En tal sentido, la actitud frente a la educación se está pareciendo a la que se tiene respecto de la salud. Ya que el acceso a esa clase de prestaciones -y a veces, de médicos-, si no es complicado, tampoco es el adecuado, mucha gente opta por la auto medicación y hasta le recomienda a otro un remedio del que con suerte sólo conoce sus características más visibles. Por su parte, la falta de posibilidades para entrar a un nivel de enseñanza bueno en términos cualitativos, hace que las personas comunes se tomen atribuciones que en situaciones más normales serían consideradas una aberración. Es lo que impulsa al grueso de la gente, del mismo modo que lo efectúa con las píldoras, a señalar un determinado colegio como adecuado, sin contar con la información suficiente, y después a intentar recomendar lo que se debe impartir en dicho establecimiento. El excesivo poder de los apoderados está dado por el individualismo económico del actual sistema, pero también porque carecen de un profesor.

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